miércoles, 12 de agosto de 2015

El Desconocido Parte II

...Mientras noto cómo mi dedo es cubierto por la saliva de mi boca, la piel de mi muslo izquierdo descubre la suavidad de las yemas de tus dedos. Cómo éstos deciden olvidar el encaje de la media y llegan pausadamente hasta el borde de mi braguita. En ese instante mis labios hacen prisionero al dedo posado sobre ellos y mis dientes marcan el comienzo de un juego aún más peligroso.
El camarero se acerca con mi copa de cava. Me doy cuenta que ha tardado más de lo normal. Pero sinceramente, acaso estaba yo para preocuparme por el tiempo…
-Disculpe, señorita- me dice amablemente mientras coloca la copa en la mesa- hemos tenido un pequeño inconveniente en barra y de ahí mi tardanza.
El buen hombre esperaba mi respuesta. Yo le miraba fijamente a los ojos. Con mis pupilas dilatadas de placer. Con mi dedo aún atrapado entre mis labios y mis dientes. Con los papeles de la carpeta desparramados por la mesa. Con mis piernas algo abiertas. Con la suela de mi zapato de tacón presionando sobre tu cremallera mientras mi pie nota cómo crecen tus ganas. Con tu mano sujetando mi talón con tal firmeza que produce que no me importe el dónde, el cómo, el cuándo, el quién…  Y tú, descarado desconocido, ha crecido tu descaro en el momento que el camarero se acerca a la mesa y, convirtiéndote en todo poder, sintiendo que mi braguita empieza a estar empapada, que mis dientes marcaban la piel de mi dedo atrapado entre mis labios, has tenido la osadía, justo a la par que el camarero posaba la copa de cava en la mesa, de retirar la braguita con delicadeza y caminando dos de tus dedos sobre mis labios vaginales, abres con ellos la boca hambrienta de mi sexo y así, sin avisar, sin yo poder decidir un sí o un no, los introduces en mí. Hasta que los nudillos chocan contra la piel húmeda de fantasias.
-No se preocupe, caballero- consigo articular mientras aparto el dedo de mis labios e impidiendo, no sé muy bien cómo, que un alarido que trepa por mi garganta, haga de las suyas e invada la distancia entre el camarero, la copa de cava y yo  -apenas he notado el retraso.
Tuvo que notar algo. Por Dios. Cómo para no hacerlo. Pero la expresión de su cara, de extraña sorpresa e incómoda situación, me hacía pensar que no sabía muy bien qué ocurría. Debía sentirse fuera de lugar ¿Fuera de lugar? Estaba en su puesto de trabajo… Nos miró a los dos y dijo en voz baja:
-Necesitan, el señor y la señorita, algo más
Y tú, adorable y caprichoso desconocido. Comenzabas a mover tus dedos dentro de mí. Con un movimiento de dentro a fuera, de quedarte dentro y acariciar las paredes de mi, en ese momento, maravillada vagina, de sacar casi del todo los dedos e introducirlos de golpe pero con mucha suavidad.
-No, gracias. Estamos bien- le dices al camarero al comprobar que yo, ya no soy capaz de articular palabra sin llenar la cafetería de gemidos.
Tu voz…
De hombre seguro. Capaz. Soñador. Aventurero. Incansable. Incansablemente tenaz y elegante.
Observo cómo se retira hacía la barra el camarero. Y cómo su cuerpo sigue intentando descubrir qué está ocurriendo en aquella mesa. Pero la situación de ésta en el salón y el mantel verde que lo cubre, hace imposible ver nada. Claro que seguro los más listos del lugar, algo deben sospechar.
En ese instante decido tomar algo de poder. Con firmeza piso con fuerza tu cremallera. El gesto de tu cara era el esperado. Un poco de dolor y sorpresa al descubrir que me apodero de la situación.
Los dedos dentro de mí, vaciaban el descontrol llenando mi vestido, la silla, de agua de mi río. Del que tú habías decidido abrir las compuertas y del que yo quería vaciarme por completo.
Me deslizo suavemente de una silla a otra para estar más cerca de tu aliento. Con una de mis manos sujeto con firmeza la mano que juega entre mis piernas. Detengo el movimiento de tus dedos. La otra mano se posa sobre la media de mi pierna derecha. A la altura de la rodilla. Lentamente la deslizo sobre la media. Tu mirada clavada en esa mano. Tus dientes mordiendo tu labio inferior. Tus dedos dentro de mí atrapados por mi otra mano. Tus ganas. Mi río. Y mis dedos recorriendo mi pierna hasta llegar al pie. Aparto un poco la suela sobre la cremallera y sacando lentamente el pie del zapato, dejo que tu mano que sigue sujetando mi talón, se deslice sobre la planta hasta llegar a los dedos. Dejo que acaricies cada uno de ellos cubierto con la media y que subas por el empeine. Ahí te prohíbo que continúes y con un rápido movimiento, piso tus dedos y con la mirada fija en tus ojos, te ordeno que apartes la mano.
Tu mano, obediente y sumisa a mi mirada, se aparta llevando consigo el zapato que ha quedado sobre la silla, entre tus piernas abiertas. Mi mano, firme y segura, acerca sus dedos hasta la cremallera y se posa sobre ella. Quiero notar la dureza. Y el tamaño. Acaso no eres un desconocido y la curiosidad emanaba por cada poro.
Qué de ganas hay bajo el pantalón. Qué de ganas y qué secuestrado tenemos al tiempo.
Quito la mano con delicadeza. Dedo a dedo. Tus ganas se convertían en desespero al ver que la separo del pantalón, de tu cuerpo. Enseguida la calma vuelve al comprobar que estoy sedienta y tan sólo quiero un trago de cava. Pronto está volviendo por el camino andado en el aire. Pero no para posarse sobre tu dureza. Para abrir con delicadeza la cremallera y así poder ver cómo un par de dedos se pierden dentro de ella.

De nuevo tus dientes sobre tu labio inferior y mi boca sedienta humedece los míos... 







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