...Mientras noto cómo mi dedo es cubierto por la saliva de mi
boca, la piel de mi muslo izquierdo descubre la suavidad de las yemas de tus
dedos. Cómo éstos deciden olvidar el encaje de la media y llegan pausadamente
hasta el borde de mi braguita. En ese instante mis labios hacen prisionero al
dedo posado sobre ellos y mis dientes marcan el comienzo de un juego aún más
peligroso.
El camarero se acerca con mi copa de cava. Me doy cuenta que
ha tardado más de lo normal. Pero sinceramente, acaso estaba yo para
preocuparme por el tiempo…
-Disculpe, señorita- me dice amablemente mientras coloca la
copa en la mesa- hemos tenido un pequeño inconveniente en barra y de ahí mi
tardanza.
El buen hombre esperaba mi respuesta. Yo le miraba fijamente
a los ojos. Con mis pupilas dilatadas de placer. Con mi dedo aún atrapado entre
mis labios y mis dientes. Con los papeles de la carpeta desparramados por la
mesa. Con mis piernas algo abiertas. Con la suela de mi zapato de tacón
presionando sobre tu cremallera mientras mi pie nota cómo crecen tus ganas. Con
tu mano sujetando mi talón con tal firmeza que produce que no me importe el
dónde, el cómo, el cuándo, el quién… Y tú,
descarado desconocido, ha crecido tu descaro en el momento que el camarero se acerca
a la mesa y, convirtiéndote en todo poder, sintiendo que mi braguita empieza a estar empapada, que mis dientes marcaban la piel de mi dedo
atrapado entre mis labios, has tenido la osadía, justo a la par que el camarero
posaba la copa de cava en la mesa, de retirar la braguita con delicadeza y
caminando dos de tus dedos sobre mis labios vaginales, abres con ellos la boca
hambrienta de mi sexo y así, sin avisar, sin yo poder decidir un sí o un no,
los introduces en mí. Hasta que los nudillos chocan contra la piel húmeda de fantasias.
-No se preocupe, caballero- consigo articular mientras
aparto el dedo de mis labios e impidiendo, no sé muy bien cómo, que un alarido
que trepa por mi garganta, haga de las suyas e invada la distancia entre el camarero,
la copa de cava y yo -apenas he notado
el retraso.
Tuvo que notar algo. Por Dios. Cómo para no hacerlo. Pero la
expresión de su cara, de extraña sorpresa e incómoda situación, me hacía pensar
que no sabía muy bien qué ocurría. Debía sentirse fuera de lugar ¿Fuera de
lugar? Estaba en su puesto de trabajo… Nos miró a los dos y dijo en voz baja:
-Necesitan, el señor y la señorita, algo más
Y tú, adorable y caprichoso desconocido. Comenzabas a mover
tus dedos dentro de mí. Con un movimiento de dentro a fuera, de quedarte dentro
y acariciar las paredes de mi, en ese momento, maravillada vagina, de sacar
casi del todo los dedos e introducirlos de golpe pero con mucha suavidad.
-No, gracias. Estamos bien- le dices al camarero al
comprobar que yo, ya no soy capaz de articular palabra sin llenar la cafetería
de gemidos.
Tu voz…
De hombre seguro. Capaz. Soñador. Aventurero. Incansable.
Incansablemente tenaz y elegante.
Observo cómo se retira hacía la barra el camarero. Y cómo su
cuerpo sigue intentando descubrir qué está ocurriendo en aquella mesa. Pero la
situación de ésta en el salón y el mantel verde que lo cubre, hace imposible
ver nada. Claro que seguro los más listos del lugar, algo deben sospechar.
En ese instante decido tomar algo de poder. Con firmeza piso
con fuerza tu cremallera. El gesto de tu cara era el esperado. Un poco de dolor
y sorpresa al descubrir que me apodero de la situación.
Los dedos dentro de mí, vaciaban el descontrol llenando mi
vestido, la silla, de agua de mi río. Del que tú habías decidido abrir las
compuertas y del que yo quería vaciarme por completo.
Me deslizo suavemente de una silla a otra para estar más
cerca de tu aliento. Con una de mis manos sujeto con firmeza la mano que juega
entre mis piernas. Detengo el movimiento de tus dedos. La otra mano se posa
sobre la media de mi pierna derecha. A la altura de la rodilla. Lentamente la
deslizo sobre la media. Tu mirada clavada en esa mano. Tus dientes mordiendo tu
labio inferior. Tus dedos dentro de mí atrapados por mi otra mano. Tus ganas.
Mi río. Y mis dedos recorriendo mi pierna hasta llegar al pie. Aparto un poco
la suela sobre la cremallera y sacando lentamente el pie del zapato, dejo que
tu mano que sigue sujetando mi talón, se deslice sobre la planta hasta llegar a
los dedos. Dejo que acaricies cada uno de ellos cubierto con la media y que
subas por el empeine. Ahí te prohíbo que continúes y con un rápido movimiento,
piso tus dedos y con la mirada fija en tus ojos, te ordeno que apartes la mano.
Tu mano, obediente y sumisa a mi mirada, se aparta llevando
consigo el zapato que ha quedado sobre la silla, entre tus piernas abiertas. Mi
mano, firme y segura, acerca sus dedos hasta la cremallera y se posa sobre
ella. Quiero notar la dureza. Y el tamaño. Acaso no eres un desconocido y la
curiosidad emanaba por cada poro.
Qué de ganas hay bajo el pantalón. Qué de ganas y qué
secuestrado tenemos al tiempo.
Quito la mano con delicadeza. Dedo a dedo. Tus ganas se
convertían en desespero al ver que la separo del pantalón, de tu cuerpo.
Enseguida la calma vuelve al comprobar que estoy sedienta y tan sólo quiero un
trago de cava. Pronto está volviendo por el camino andado en el aire. Pero no
para posarse sobre tu dureza. Para abrir con delicadeza la cremallera y así
poder ver cómo un par de dedos se pierden dentro de ella.
De nuevo tus dientes sobre tu labio inferior y mi boca
sedienta humedece los míos...
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