Con
una destreza que me asombró, me pusiste frente a ti. Nuestros cuerpos se
acariciaban apartando el agua con delicadeza. Sentía cómo mi sexo se humedecía
disolviendo mi flujo con la espuma y sentía cómo tu sexo iba crecía contra mi vientre. Me mordías el cuello. Despacio. Pero consiguiendo
erizar la piel de todo mi cuerpo. Sujetando con tus manos mi costado, me
levantaste un poco para lamerme los pechos, devorarlos diría yo. Parecía que
nunca antes los hubieses visto y encontraste en ellos un lugar para vaciar el
deseo que durante días habíamos frenado al no haber tenido ocasión para
liberarlo. Produciendo en mí, unos locos gemidos que inundaban toda la casa. Tu
lengua húmeda recorría cada milímetro de
mis pezones y tus dientes marcaban el inicio de la pasión...
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